Y sentí volar el alma con las alas blancas,

de esas que no esconden el dolor.

Y fui feliz en el instante y agonicé cada segundo

que tras el beso aconteció.

Acaricié con pies descalzos y ojos desnudos

el placer de sonreír, tan ampliamente, tan dentro de mí.

Utilicé cada segundo que trajo el reloj,

para enlazarlo a aquel momento y hacerlo eterno.

Y afiancé mi corazón a una palabra

que utilizó para despedirse de mí.

Y así el amor no morirá.

Se fue la estrella y sin ella pelea mi sueño por ser tan feliz.
Marchó la sonrisa y dejó en la cornisa una foto en un marco gris.
Voló con sus alas a través de mis ojos, cruzó arroyos y nubes, montañas y claros, marcando en las almas con azul y carmín, con un blanco marfil que inundó travesías de vidas que tuvieron la suerte de verla partir.

Y la estrella marchó, asomando una sonrisa por la ventanilla mientras se hacía pequeña... 

Nunca llegó a decir adiós.

Acércame el fuego y la luna.

Amiga que todo lo cura,

que todo lo puede.

Susurra en mi cuerpo las cicatrices que están por venir y así surcaré en la arena a los pies de una luna llena palabras con pena. Y que se lleven las olas las horas más tristes que están por vivir.

Y yo enjaularé mis fantasmas y dejaré salir la sonrisa y que se una a la brisa salada del mar. Y haré de mis pies en la arena raíces tan fuertes como cadenas, profundas y fuertes.

Amiga que todo lo puede, hazme soñar para acompañarte en tu largo viaje, camino a un lugar tan cálido y grande. Blande en tus manos la fuerza de hacer una senda al andar. Cuéntame un cuento mientras me duermo y al filo de un sueño regálame un beso que me ayude a poderte encontrar. Recuérdame siempre que existe un camino en el que hace algún tiempo un niño temió tropezar y esperó con paciencia en lo alto de un puente a una amiga que todo lo puede y que todo lo puede curar.

Y la vida te enseña a malseña la señal que no dicta claridad.
Te permites cobijarte bajo el arte que balance sacos del bien y del mal.
Asumes cada error y en el error está el acierto que con cierto resplandor te devuelve la mirada.
Sonríes a la espalda de las olas de las aguas de los mares que se llevan el dolor.
Presumes de carencias y aletargas el amor.
Pero sientes cuando mientes que no debes y si puedes te mantienes en el bando ganador.
Acaricia la parrilla de salida y al sonido de pistola, con la pólvora en el aire lanzas botas a correr.
Eres grande cual gigante y a menudo te intoxicas con las dudas más astutas que se arrastran por tu piel.
Hace frío en un ayer.

Observa y respira, llénate de vida y pide luz si no te brilla la ilusión. Acércate a la hoguera, algún poema surgirá del crepitar del corazón.
Y sonríe con tu pecho y subido en un tejado con el alma de los gatos hazte dueño del eterno resplandor de un ganador.

A cada paso en el camino.
A cada instante sumergido en el suspiro de un adiós.
A cada esfuerzo necesario y a cada gota de sudor.
A cada cara descubierta, a cada puerta, a cada estrella muerta.
A cada muesca en la piel de un corazón.

Se lo debo a cada intersección en el camino, a cada grito de socorro y a cada roto en mi pantalón.
A cada impulso que me dieron cuando vieron que podía. A cada frágil ilusión.
A cada sueño sin su dueño, a cada empeño, a cada escalón.

Se lo debo a cada mano que ha guiado nuestras alas hacia algún lugar mejor.
A cada brisa de una risa, a cada nube, a cada cielo, a cada sol.

Se lo debo a mis personas que han querido compartir en su camino algún deseo, que me han hecho compañía en esos días de calor.
A cada una de ellas.
A cada voz.

Os quiero contar una historia de gloria y fracaso, de llanto y de canto, de ojos tintados con ilusión. De amigos hallados por el camino, de un sombrero raído llenado con pasos de escasos soldados que enfundan talento en su cinturón.

Les debo la vida y una sonrisa, por su gran empatía, por el día nublado al que tornan dorado por hacerme un favor. De escenarios vacíos con sombríos suspiros en su interior, y uno que hace de payaso y un ensayo en el tejado y una risa en la cortina y un aplauso y un tutor y un roce de manos a escondidas a vistas de un artista y un corazón.

Una vida que comienza en ese lienzo con la pieza del atrezzo que se oculta en su interior. Un aplauso merecido a los actores, a guerreros, a señores, compañeros, domadores de talento, recipientes de emociones, corazones que te dejan sin aliento regalando una emoción.

Vosotros salvasteis mi vida.

Que el viento surque las estrellas en el cielo acomodadas, que las aves no se lancen hacia grandes hondonadas, que el paseo de los tristes no marchite una sonrisa, que tu cara se refleje en los rincones de mi almohada.

Que sueñe con tu pecho y tu sonrisa haga de mapa, que tus brazos me cobijen y en tu vientre no me encuentre mi alma condenada. Que me quieras con locura, que cordura se haga nada, que desees que mis labios sean brisa en tu garganta.

Y si arrastro las palabras hacia huecos de tu piel por no poder decirte nada, y si juego con mis dedos a que bailen sobre senos de una amante.

Qué amante.

De besos cautivos y un hambre insaciable.

De cuerpos desnudos y miradas cortantes.

Guarda en tu pecho un acero capaz de cortar las injurias del tiempo.

Toma del viento una brizna del polvo que te haga volar y no pises el suelo.

Haz de tus ojos escudo y metal y no temas los golpes del miedo.

Recobra el aliento, afila tu hierro, no te rindas jamás.

Escucha a tu instinto, se fiel a tu pulso, se hielo frente a la adversidad.

Descubre en tu adentro al héroe perfecto dispuesto a luchar y no descansar hasta el último aliento.

Valiente guerrero el que afronta la vida.

Valiente el guerrero que busca la paz en los tiempos del miedo.

El silencio lleno de palabras.

El vacío azabache.

Las preocupaciones terrenales.

El misterio que encierra la muerte en una caja de caudales.

El constante martilleo, el incesante galopante.

La eterna duda existencial.

La descomposición de los números errantes.

La miseria del debutante, el terror en sus pupilas.

La cosecha de la lluvia.

La maltrecha hija del sol.

El último soldado con vida en la brecha.

Un suspìro tan traidor como el amor.

La primera ley escrita.

El sopor.

La continua lucha en vida.

El candado en la verja del camino.

La guadaña con la que escribo.

La libreta en la que guardo tantas lágrimas calladas, tantos ratos a tu lado, tanto eterno maltratado, tantas ganas de vivir en el pasado, tantos llantos, tantos pasos, tantas luces diferentes de colores tan extraños…

Tantos besos condenados a vivir para morir.

Me duele. Me hierve un aceite filtrado en mis venas, mis penas se cuentan por cientos y más.

Me duele. Me escuece el veneno de un frío invierno e intento esconderme de la mezquindad.

Joder, duele mucho. Un Octubre candente se amartilla en mi mente, se entretiene jugando conmigo al azar.

Sigue doliendo y mi alma muriendo, me cubre el cemento y no puedo gritar.

Te quiero tanto que duele y me puede y no puedo no verte, me abandono a mi suerte y mientras tú ríes y yo rompo a llorar.

Pero en ese momento abandono el tormento, cuando estoy a tu lado y tu sonrisa me mira y la brisa me silba y te veo brillar.

Pero duele muy dentro cuando ese momento se va con el viento y tu risa se vende a quien la pueda comprar.